ELEGIA. a JOAQUIN CAMPO BETÉS
Hoy hemos despedido físicamente a Joaquín. Una sensación de que algo ha terminado, un ciclo cerrado aunque no se bien de qué se trata. Un sentimiento encontrado entre la pena, la tristeza y la impotencia. Y a la vez algo diferente. Algo que ha hecho reunirnos a todos sus amigos, que somos muchísimos, en torno a su figura. Como si nos hubiera llamado ante sí, para hacernos la última advertencia y echarnos la bronca por nuestra falta de compromiso con lo que deberíamos hacer.
No se me va de la cabeza su imagen, organizando y disponiendo continuamente. Hablando con todos sobre cualquier tema y llevando metódicamente adelante sus previsiones para la ocasión. Sea lo que fuere. Siempre con esa pasión y generosidad que le caracterizaba.
Es que... Se nos ha ido tanta sabiduría, tanto talento, tanta buena disposición para todo, que no podemos quedarnos callados o indiferentes...
Y siento una fuerza y un impulso interior que me empuja a escribir continuamente para que su legado no quede en el olvido.
Me viene a la mente el poema de Miguel Hernández, ELEGÍA a Ramón Sijé... Era mediados los años 70, cuando en España se cerraba una época y se abría otra, donde todo parecía que iba a desintegrarse y brotaba una nueva primavera. Por aquel entonces, se puso de moda en la música los grupos de cantautores y la canción protesta que se interpretaba como una expresión artística profundamente ligada a los cambios sociales y políticos de la época. Jarcha, por ejemplo, fue un grupo clave en la Transición Española, con canciones como Libertad sin ira, que se convirtió en un himno de esperanza y reconciliación. En ese disco había una pieza que versionaba ese poema de Miguel Hernández, Elegía, que el poeta dedicaba a la muerte de su amigo Ramón Sijé. Pues la primera vez que lo oí ya me dejó muy impactado, tanto por esos versos tan contundentes, así como la interpretación del grupo y ha seguido resonando en mi cabeza desde entonces. Y hoy, cuando me han comunicado la muerte de Joaquín, ha surgido como un resorte en mi mente ese poema, esos versos, que ahora mismo, salvando todas las diferencias con el original, es una ELEGÍA para Joaquín.
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Estas primeras líneas de la elegía de Miguel Hernández, escritas para llorar la muerte de su amigo Ramón Sijé, encuentran un eco amargo en mi corazón hoy, al despedir a Joaquín Campo Betés. La brutal noticia de su partida, "tan temprano" para quienes compartimos su vida y su camino, nos golpea con esa misma fuerza incomprensible. No es la muerte que esperábamos, no era el momento para que su ser apagara.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Joaquín, amigo y compañero, dejas un hueco entre nosotros que se siente irreparable. Somos los hortelanos de tu recuerdo, cuidando la memoria de la tierra que ahora ocupas.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Ha sido tan inesperado, tan imposible, que no hay consuelo para el dolor, la tristeza y la amargura de perder a alguien así. ¿cómo aceptar este silencio, esta ausencia de quien fue una presencia vital?
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
Esta descripción muestra la intensidad y rudeza de las palabras, que transmiten fielmente la brutalidad de la pérdida y el impacto del duelo. Unos golpes imposibles de superar para los que le queríamos.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
La herida de la pérdida es inmensa. Se extiende por el alma, abarcando cada recuerdo, cada risa compartida, cada momento vivido. La voz se quiebra, las palabras se atascan en la garganta porque ninguna puede contener la magnitud del dolor. La "desventura" es tan profunda que nos deja mudos, contemplando el vacío dejado por Joaquín.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
La infinita herida que nos provoca su muerte reflejan la intensidad del duelo. Esa sensación de caminar entre la desesperación y el abatimiento del corazón y del alma que resalta mas ese aislamiento emocional. Una intensidad que refleja su dolor y su deseo de recuperar al amigo, incluso en la muerte.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
Estos versos lamentan esa sensación de anticipación trágica. La muerte se ha adelantado, sin pedir permiso y llega antes de tiempo para llevarse a Joaquín. La imagen de su cuerpo "rodando por el suelo" es una metáfora tan brutal de esa caída imprevista, de la pérdida de la verticalidad de la vida, de la interrupción abrupta de su camino. De ese corazón apagado repentinamente. Es la sensación de que todo se ha truncado demasiado pronto.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
Un aullido desesperado ante esta injusticia contra la muerte, ante el dolor que se extiende a esa "tierra" que acoge el cuerpo y a la "nada" que parece engullir la existencia y la esperanza.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Aunque la pena es muy grande no dejamos de condenar al destino con furia y con rabia y poder revertir esta desgracia que nos arrastra al sufrimiento sin consuelo y contra la impotencia que supone todo este duelo.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Por mucho que la realidad sea tan terca, no nos hacemos cargo de ello y queremos y deseamos revertir la situación y… regresarte. Pero…
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
Aunque Joaquín ya no esté físicamente, su "alma colmenera" siempre sobrevolará los espacios compartidos, revoloteando entre las flores y los poemas de nuestro Venerable, dejando siempre su sentida y admirable huella. Su espíritu perdurará en los rincones de nuestra memoria común donde cada día demostraba una “losquinidad” verdadera y su pasión por contribuir a mejorar todo aquello que hace la vida más grata. Incluso en la tristeza, su recuerdo siempre traerá una tenue alegría y un ejemplo a imitar continuamente.
Finalmente, aunque su corazón físico ya no palpite, su recuerdo, como un "terciopelo ajado" lleno de cariño y amor, seguirá clamando con su "avariciosa voz de enamorado", al afecto insaciable de no cejar en la lucha diaria por sus propósitos y los de toda la gente que le rodeaba.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Con este apoteósico cuarteto final, quiero que no se olvide su legado. Que lo tengamos siempre presente. Que nuestro "compañero del alma" está ahí, sigue vigilando nuestro proceder y nuestra implicación. Seguiremos conversando, compartiendo y manteniendo viva la conexión que la muerte parece haber roto. Con Joaquín Campo Betés, seguiremos tratando de arreglar, que "muchas cosas" pendientes de hablar, proyectos sin terminar, confidencias sin desvelar. La añoranza de esas conversaciones futuras es una de los daños más tristes de esta pérdida.
Aquí puedes escuchar la declamación de JARCHA #ELEGÍA a RAMÓN SIJÉ#.